viernes, 9 de abril de 2010
desayuno bodegón
Raro sería que no halla un gato en la cocina, más raro aún que este no rompa algo y todavía más raro que ese algo roto no cause un estrépit. El gato saldría de la nada posaría sus patas delanteras sobre una silla, cerraría un poco los ojos como midiendo el tamaño del daño que causará con su asalto. Abre un poco las fauces degustando los últimos residuos del bocado anterior o anticipando el gusto del próximo bocado.
Sobre la mesa hay una taza de café sobre una servilleta blanca con diseño de flores de hilo, tiene escrito el nombre de Laura con tinta roja, desde el momento en que luis dejara de comer para buscar entre sus fantasías, la posibilidad de que ella accediera a algo con él.
La taza está astillada en el borde, de la última vez que María fregándola antes de irse para la escuela, la dejó caer .
Aún el café humea un poco, pero a Papo no le gustó disque porque estaba muy claro, disque que era un “agua tindanga”.
El gato flexiona las piernas y diseña un lijero arco en el aire antes de caer de pie sobre la mesa. Lo más probable es que se sienta todo un artista, o quizás un espía muy antiguo, por sus actos bien elaborados y de resultados siempre generosos. Quizás si tuviera un sombrero, lo utilizaría para hacer una reverencia al público invisible, como todo un gato de principios y que se respeta.
Junto a la taza de café, también había un plato de loza con los plátanos y los huevos fritos del desayuno de papo, tampoco los quiso comer porque no es bueno desayunarse sin haber bebido café, eso siempre le da sueño y dolor de cabeza.
Una mosca caminaba sobre una de las llemas que estaban en el plato. Caminaba degustando los millones de sabores que sus patitas le hacían llegar. Lo podía estar disfrutando quizás, pero sus viajes anteriores a lo largo de su gran corta vida, no le permitían apreciar como en sus momentos mozos. Por suerte un plato exquicito siempre brinda elogios de placer a los sentidos.
El gato miraba en todas las direcciones, evaluaba la grandeza de su pequeño poderío, le hacía sentir un león en la selva doméstica de su cocina. Aventuró un pasito sobre la mesa sin mantel.
El nombre de Laura fue pisado por una mosca que se enteró de los huevos, los plátanos y el café que había a disposición de quien lo colonizara, se enteró del banquete. Desde que lo supo, tomó sus cosas y se lanzó a la aventura. Estaba curtida con la experiencia de otros viajes. Incluso había logrado escapar a la telaraña que había en la ventana de la cocina. Su fama y prestigio entre las moscas, sabía que era bien merecido, así que este banquete bien podía ser una recompensa por sus grandes proesas.
La llema del huevo a penas y si estaba un poco cocida, el sabor era inigualable, más con ese toque del condimento que siempre acompañaba ese tipo de platos. La mosca daba saltitos de placer entre una porción y otra del huevo que le tenía ocupada. A duras penas se había enterado de la presencia de otras moscas. Eso era comer, comer sin la preocupación de que viniera algún manotazo que le hiciera a uno largarse sin darse todo el gusto del que pudieran disponer.
El café se había enfriado del todo en la taza. Al parecer en la casa no había nadie, aunque la radio que estaba en la otra mesa, murmullaba algún noticiero o programa interactivo de la mañana.
La mosca abandonó el nombre de Laura, describió un sendero largo y logró luego de un vuelo en extremo riesgoso, pegarse a la base del plato. Describiendo varias eses en su camino, alcanzó la cima del plato y se dispuso a desender por la quebrada que le quedó a su frente.
Un rugido de dolor estremeció el aire. La pata derecha del gato cayó con todo su peso sobre el cuerpo de la mosca que casi terminaba de bajar la quebrada del pplato. Con el peso de la otra pata al pisar el plato catapultó todo su contenido hacia fuera de los límites de la mesa. La mosca que degustaba del placer de comer vio una nueva indigestión al tener que elevar el vuelo sin acabar su desayuno.
El plato chocó con la taza que antes de estrellarse en el suelo, bañó de café la servilleta con el nombre de laura.
El gato había salido espavorido al sentir el primer palo sobre el espinazo. Aún sentía el corrientaza del golpe, y lo peor de todo es que no pudo comerse el huevo ese, aunque por lo menos supo que tampoco la mosca esa que caminaba hacia donde sus compañeras, pudo hacerlo y que el la mató o la dejó mal herida.
Irguió su dignidad, se relamió una vez más, hizo de oídos sordos a los insultos que todavía venían desde el enemigo y salió a buscar alguna cola de lagarto con que jugar, si había suerte podría incluso comerse el lagarto sin tener que jugar con su cola.
Sobre la mesa hay una taza de café sobre una servilleta blanca con diseño de flores de hilo, tiene escrito el nombre de Laura con tinta roja, desde el momento en que luis dejara de comer para buscar entre sus fantasías, la posibilidad de que ella accediera a algo con él.
La taza está astillada en el borde, de la última vez que María fregándola antes de irse para la escuela, la dejó caer .
Aún el café humea un poco, pero a Papo no le gustó disque porque estaba muy claro, disque que era un “agua tindanga”.
El gato flexiona las piernas y diseña un lijero arco en el aire antes de caer de pie sobre la mesa. Lo más probable es que se sienta todo un artista, o quizás un espía muy antiguo, por sus actos bien elaborados y de resultados siempre generosos. Quizás si tuviera un sombrero, lo utilizaría para hacer una reverencia al público invisible, como todo un gato de principios y que se respeta.
Junto a la taza de café, también había un plato de loza con los plátanos y los huevos fritos del desayuno de papo, tampoco los quiso comer porque no es bueno desayunarse sin haber bebido café, eso siempre le da sueño y dolor de cabeza.
Una mosca caminaba sobre una de las llemas que estaban en el plato. Caminaba degustando los millones de sabores que sus patitas le hacían llegar. Lo podía estar disfrutando quizás, pero sus viajes anteriores a lo largo de su gran corta vida, no le permitían apreciar como en sus momentos mozos. Por suerte un plato exquicito siempre brinda elogios de placer a los sentidos.
El gato miraba en todas las direcciones, evaluaba la grandeza de su pequeño poderío, le hacía sentir un león en la selva doméstica de su cocina. Aventuró un pasito sobre la mesa sin mantel.
El nombre de Laura fue pisado por una mosca que se enteró de los huevos, los plátanos y el café que había a disposición de quien lo colonizara, se enteró del banquete. Desde que lo supo, tomó sus cosas y se lanzó a la aventura. Estaba curtida con la experiencia de otros viajes. Incluso había logrado escapar a la telaraña que había en la ventana de la cocina. Su fama y prestigio entre las moscas, sabía que era bien merecido, así que este banquete bien podía ser una recompensa por sus grandes proesas.
La llema del huevo a penas y si estaba un poco cocida, el sabor era inigualable, más con ese toque del condimento que siempre acompañaba ese tipo de platos. La mosca daba saltitos de placer entre una porción y otra del huevo que le tenía ocupada. A duras penas se había enterado de la presencia de otras moscas. Eso era comer, comer sin la preocupación de que viniera algún manotazo que le hiciera a uno largarse sin darse todo el gusto del que pudieran disponer.
El café se había enfriado del todo en la taza. Al parecer en la casa no había nadie, aunque la radio que estaba en la otra mesa, murmullaba algún noticiero o programa interactivo de la mañana.
La mosca abandonó el nombre de Laura, describió un sendero largo y logró luego de un vuelo en extremo riesgoso, pegarse a la base del plato. Describiendo varias eses en su camino, alcanzó la cima del plato y se dispuso a desender por la quebrada que le quedó a su frente.
Un rugido de dolor estremeció el aire. La pata derecha del gato cayó con todo su peso sobre el cuerpo de la mosca que casi terminaba de bajar la quebrada del pplato. Con el peso de la otra pata al pisar el plato catapultó todo su contenido hacia fuera de los límites de la mesa. La mosca que degustaba del placer de comer vio una nueva indigestión al tener que elevar el vuelo sin acabar su desayuno.
El plato chocó con la taza que antes de estrellarse en el suelo, bañó de café la servilleta con el nombre de laura.
El gato había salido espavorido al sentir el primer palo sobre el espinazo. Aún sentía el corrientaza del golpe, y lo peor de todo es que no pudo comerse el huevo ese, aunque por lo menos supo que tampoco la mosca esa que caminaba hacia donde sus compañeras, pudo hacerlo y que el la mató o la dejó mal herida.
Irguió su dignidad, se relamió una vez más, hizo de oídos sordos a los insultos que todavía venían desde el enemigo y salió a buscar alguna cola de lagarto con que jugar, si había suerte podría incluso comerse el lagarto sin tener que jugar con su cola.
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