viernes, 9 de julio de 2010
Versos de figuras
Te miro y pienso, cuanto te pienso,
Con silencios tan largos que matan y mueren, cuanto mueren.
De la saeta, la punta que en tu vientre se clava,
Es la que rompe tus ideas.
La que silencia tu conciencia y tu tino.
Y en donde tu sangre yacía ahora solo habitaba el vacío
Y con que tristeza lloraba el suelo tu sangre.
Miró muerto tu rostro el cielo,
El cielo miró tu rostro muerto
Y lloró su salada amargura
Amargura que salaba su lloro.
Y solo el suelo solicitaba tu cuerpo,
Penaba la penumbra su penitencia contigo.
Y de tus besos no tendría la venida,
La venida que en tus piernas por la fuerza tuvo.
Esa de un orgasmo de sepulcro,
Sepulcro en el que se transformó tu cuerpo.
Puñalada en tus piernas
Que mató tu inocencia
Puñalada metálica que mató tu piel y tu aliento
Puñalada que de no matarte pudo haberte obsequiado otra herencia.
Y tener que sentir sus manos sobre tu piel
Piel que lloraba el contacto con tu muerte
Muerte que anhelabas con fervor,
Fervor del que ya nada quedaría.
Mandaste a sus ojos tus dedos y un gemido a su ego mandaste.
Con deseos de defenderte de sus manos
Aúnque los yerbajos que tu arcada cubrían lloraron cierto doloroso placer.
Vino con vino en sus manos
Embriagó con tus bragas su olfato
Y roció sobre tu piel el licor.
Y lo sentiste recorrerte, y lloraste y lo sufriste y lo deseaste en tus labios para morir de embriaguez.
Te miro y pienso, cuanto te pienso,
Con silencios tan largos que matan y mueren, cuanto mueren.
De la saeta, la punta que en tu vientre se clava,
Es la que rompe tus ideas.
La que silencia tu conciencia y tu tino.
Y en donde tu sangre yacía ahora solo habitaba el vacío
Y con que tristeza lloraba el suelo tu sangre.
Miró muerto tu rostro el cielo,
El cielo miró tu rostro muerto
Y lloró su salada amargura
Amargura que salaba su lloro.
Y solo el suelo solicitaba tu cuerpo,
Penaba la penumbra su penitencia contigo.
Y de tus besos no tendría la venida,
La venida que en tus piernas por la fuerza tuvo.
Esa de un orgasmo de sepulcro,
Sepulcro en el que se transformó tu cuerpo.
Puñalada en tus piernas
Que mató tu inocencia
Puñalada metálica que mató tu piel y tu aliento
Puñalada que de no matarte pudo haberte obsequiado otra herencia.
Y tener que sentir sus manos sobre tu piel
Piel que lloraba el contacto con tu muerte
Muerte que anhelabas con fervor,
Fervor del que ya nada quedaría.
Mandaste a sus ojos tus dedos y un gemido a su ego mandaste.
Con deseos de defenderte de sus manos
Aúnque los yerbajos que tu arcada cubrían lloraron cierto doloroso placer.
Vino con vino en sus manos
Embriagó con tus bragas su olfato
Y roció sobre tu piel el licor.
Y lo sentiste recorrerte, y lloraste y lo sufriste y lo deseaste en tus labios para morir de embriaguez.
jueves, 8 de julio de 2010
por El Silencio, las Plumas y el mármol
Por el silencio, las plumas y el mármol.
Hablaste con el espacio en tiempos de un lejano susurro,
No le escuchaste contestar, mas supiste de su expresión.
Le imitaste en los gestos con los que te hizo verle,
Absorbiste sus respiros,
Cortaste el aire con tus manos y lanzaste tus ojos tras su pelo
Y dejaste caer al suelo las hojas que cubrían tus senos.
Quedaste desnuda,
De ropa, de espejos, de desnudez.
Rompiste las huellas que cubrían tu piel,
Quedaste a oscuras,
Te guió el silencio, el vacío y la ausencia.
Caminaste sin rumbo,
En círculos y eses embrolladas en tus pies.
Tropezaste y caíste,
Apollaste el peso de tu humanidad en tu pelo
Hasta que la arena te atraviese de negrura y puedas ponerte en pie
Aunque tu cuerpo ahora sea ejemplo de mármol y plumas,
Aunque el silencio del espacio y el tiempo ahora permanezca callado,
Aunque ahora el te permita escucharle,
Aunque tu cuerpo ahora sea de mármol y plumas.
Hablaste con el espacio en tiempos de un lejano susurro,
No le escuchaste contestar, mas supiste de su expresión.
Le imitaste en los gestos con los que te hizo verle,
Absorbiste sus respiros,
Cortaste el aire con tus manos y lanzaste tus ojos tras su pelo
Y dejaste caer al suelo las hojas que cubrían tus senos.
Quedaste desnuda,
De ropa, de espejos, de desnudez.
Rompiste las huellas que cubrían tu piel,
Quedaste a oscuras,
Te guió el silencio, el vacío y la ausencia.
Caminaste sin rumbo,
En círculos y eses embrolladas en tus pies.
Tropezaste y caíste,
Apollaste el peso de tu humanidad en tu pelo
Hasta que la arena te atraviese de negrura y puedas ponerte en pie
Aunque tu cuerpo ahora sea ejemplo de mármol y plumas,
Aunque el silencio del espacio y el tiempo ahora permanezca callado,
Aunque ahora el te permita escucharle,
Aunque tu cuerpo ahora sea de mármol y plumas.
lunes, 5 de julio de 2010
TE MIRO FRENTE A LA BRISA
Te miro frente a la brisa,
La mirada fija en el mar.
Una hoja de papel en la mano como quien lee una carta,
Carta que no es tuya, que no es para ti,
Carta de una hoja en blanco, supongo.
Te veo ajena,
Al pie del ocaso en este verano,
Pendiente de las olas que te dan la mano salada y tibia del Caribe.
Te veo y tu voz me huele a piel mojada,
Me sabe al aroma de tus palabras,
Y te siento envolvente de los sentidos que marcan el rito de lo ilógico.
Te veo frente a la brisa con e el mar en tus pies,
Abrazada a la maréa y con el corazón aromatizado por maderas del bosque tropical.
Te veo,
Sin Ulises en pos de ti,
sin valientes que disputen tu libertad, o el futuro de tu esclavitud,
sin mirada perdida a lo lejos en espera de un tren,
o sin vestido de novia que tejer hasta que regrese el héroe de tu epopeya.
Tan sola en tu compañía,
Floreada de espesuras que te asfixian,
De sales que el sol suele no penetrar
Que tus párpados ocultan tras el lóbulo de tu oreja.
Sin espera en particular,
Esperas que la espera aparezca,
Y mientras pasa que la eternidad fluye entre tus dedos finalizando el inicio de su breve paseo
Te tomas un café sin desear el aturdimiento de las confusiones que suelen cobijarte.
Te veo frente a la brisa,
Sola junto al mar que calla mientras te hace una secreta confesión,
Entonces sin saber de donde surge algún ritmo,
De tambores sembrados en tierra negra, húmeda y sangrante de historias,
Pero los tambores callan a intervalos para que solloce la sal de tu pupila izquierda
Conjurando la muerte de la muerte que viene a por ti
Y así suele ser…
Tu frente a la brisa junto al mar,
La espera que no llega sin que te canses de esperar,
El silencio de la sal que te cobija,
Los tambores heridos que no paran de sonar, pero que callan a intervalo,
Tu pupila izquierda que solloza y conjura la muerte de la muerte que viene a por ti,
Hasta que termine el ciclo,
Entonces llegará tu Ulises, sin heroísmo, sin poderío y sin épica en la piel.
Entonces sesará el mar de ser tu compañero frente a la brisa,
Se romperán los tambores que no paran de sonar,
Tu pupila izquierda no tendrá más razón para sollozar,
Y quizás aunque la espera no llegue…
Quizás te visite la muerte…
Escueta, apasible, mortal,
Sin misticismo barato,
Tan solo con el sentido que da la presencia del silencio.
En todo caso ni la brisa, ni el mar, ni los tambores dejarán de bautizarte Penélope …
La mirada fija en el mar.
Una hoja de papel en la mano como quien lee una carta,
Carta que no es tuya, que no es para ti,
Carta de una hoja en blanco, supongo.
Te veo ajena,
Al pie del ocaso en este verano,
Pendiente de las olas que te dan la mano salada y tibia del Caribe.
Te veo y tu voz me huele a piel mojada,
Me sabe al aroma de tus palabras,
Y te siento envolvente de los sentidos que marcan el rito de lo ilógico.
Te veo frente a la brisa con e el mar en tus pies,
Abrazada a la maréa y con el corazón aromatizado por maderas del bosque tropical.
Te veo,
Sin Ulises en pos de ti,
sin valientes que disputen tu libertad, o el futuro de tu esclavitud,
sin mirada perdida a lo lejos en espera de un tren,
o sin vestido de novia que tejer hasta que regrese el héroe de tu epopeya.
Tan sola en tu compañía,
Floreada de espesuras que te asfixian,
De sales que el sol suele no penetrar
Que tus párpados ocultan tras el lóbulo de tu oreja.
Sin espera en particular,
Esperas que la espera aparezca,
Y mientras pasa que la eternidad fluye entre tus dedos finalizando el inicio de su breve paseo
Te tomas un café sin desear el aturdimiento de las confusiones que suelen cobijarte.
Te veo frente a la brisa,
Sola junto al mar que calla mientras te hace una secreta confesión,
Entonces sin saber de donde surge algún ritmo,
De tambores sembrados en tierra negra, húmeda y sangrante de historias,
Pero los tambores callan a intervalos para que solloce la sal de tu pupila izquierda
Conjurando la muerte de la muerte que viene a por ti
Y así suele ser…
Tu frente a la brisa junto al mar,
La espera que no llega sin que te canses de esperar,
El silencio de la sal que te cobija,
Los tambores heridos que no paran de sonar, pero que callan a intervalo,
Tu pupila izquierda que solloza y conjura la muerte de la muerte que viene a por ti,
Hasta que termine el ciclo,
Entonces llegará tu Ulises, sin heroísmo, sin poderío y sin épica en la piel.
Entonces sesará el mar de ser tu compañero frente a la brisa,
Se romperán los tambores que no paran de sonar,
Tu pupila izquierda no tendrá más razón para sollozar,
Y quizás aunque la espera no llegue…
Quizás te visite la muerte…
Escueta, apasible, mortal,
Sin misticismo barato,
Tan solo con el sentido que da la presencia del silencio.
En todo caso ni la brisa, ni el mar, ni los tambores dejarán de bautizarte Penélope …
EL SILENCIO LLAMA A LA PUERTA
EL SILENCIO LLAMA A LA PUERTA.
Como todos los días abrió la puerta sin preguntar quien tocaba, total que a esa hora aún era temprano para recibir a cualquiera, y además nadie sabe lo que se le puede a uno pegar.
En el camino a la puerta tropezó con una repisa y casi rompe el espejo ovalado que compró Alejandra en una de sus tantas excursiones a tiendas de muebles. Aunque pudo salvar el espejo, no pudo evitar que una taza de café le manchara la parte baja de la camiseta y la parte de la bragueta del pantalón. Echó una maldición para continuar el camino hacia donde esperaba alguien impaciente a que le abrieran.
Ya que estaba frente al espejo miró de refilón su rostro, en el trayecto también vio el chupetón que le dejó Martha esa misma tarde. Si por manos del diablo Alejandra veía eso, lo mandaba a lavar el coño de su mai. Estaba seguro de que la muy cabrona le hizo esa marca a propósito, y aunque iba a meterse en un lío del diablo, bien que aprovechó el par de polvos que le metió.
Levantó la fotografía de la pequeña, le miró los ojos con atención, tenían el mismo color negro que él, aunque su mirada anunciaba el mismo carácter fuerte que Alejandra. Ella poseía una capacidad insuperable para desternillarle de risa con cada ocurrencia, no entendía como un ser de solo tres años encontraba tantos recursos para darse a entender, de seguro que sería difícil engañarla cuando sea grande.
A veces la veía frente al radio como hipnotizada por unos segundos, entonces luego de un rato batía palmas y trataba de imitar los instrumentos de la canción. Salió de la ensoñación para abrir la puerta .
La mano estaba ya en la cerradura cuando vio una pluma sin color que rodaba en el piso como si intentara revolotear o salir por sus propios medios. La pluma no era gris, blanca o transparente, tan solo al verla uno sabía que no poseía color y ya. La tomó en su mano, mientras cuestionaba para sus adentros la procedencia de la misma.
Abrió la puerta y supo de inmediato de donde había salido. Ahora además de la que tenía entre sus dedos también en el aire bailoteaba un reguero de estas, salidas del ser que fijaba en él sus ojos. Unos ojos similares a nada, con los globos oculares de color grisáceo y las pupilas coloradas de un extraño vacío.
Al verle, no sintió miedo, mas bien hizo conciencia del silencio que había traído consigo la presencia que tocaba a su puerta. No escuchó palabra alguna, sin embargo supo que la presencia deseaba entrar, se apartó para que lo hiciera, pero no le vio pasar frente a sí, más bien sintió como una estela de plumas blancas, negras, transparentes, pardas y sin color pasaban en ondas a su alrededor. Al voltear en dirección del plumaje, escuchó con mayor nitidez el silencio que caía sobre todo el espacio físico.
El ser alado miró la foto de la pequeña, a él le pareció que incluso la fotografía sentía la presencia del visitante. Por un momento albergó cierto temor por la niña, pero un gesto del silencio lo hizo abandonar el mismo.
Cuando el visitante partió con su reguero de plumas, corrió a cerrar la puerta, con la prisa una pluma de la parte baja del visitante quedó atascada por no poder salir antes de que él cerrara la entrada. Volvió a abrir a penas lo suficiente para que un trozo de brisa que vino de ningún lado la recuperara para el visitante.
Nadie encontraba la manera de consolar a Alejandra, que todavía permanecía como en trance luego de saber lo ocurrido. Fue su padre quien asumió la tarea inmediata de avisar a todos los familiares. Yo fui uno de los últimos en saberlo, me lo dijo mi madre.
El teléfono sonó y dije:
-Dime ¿Qué pasa?
- pasó una tragedia … a él le dio un infarto…
-y ¿Qué pasó?, ¿Cómo está?.
-Está muerto. …
Luego de este diálogo, más bien del descubrimiento de la muerte, aún quedaron el silencio y dos plumas vigilantes.
Como todos los días abrió la puerta sin preguntar quien tocaba, total que a esa hora aún era temprano para recibir a cualquiera, y además nadie sabe lo que se le puede a uno pegar.
En el camino a la puerta tropezó con una repisa y casi rompe el espejo ovalado que compró Alejandra en una de sus tantas excursiones a tiendas de muebles. Aunque pudo salvar el espejo, no pudo evitar que una taza de café le manchara la parte baja de la camiseta y la parte de la bragueta del pantalón. Echó una maldición para continuar el camino hacia donde esperaba alguien impaciente a que le abrieran.
Ya que estaba frente al espejo miró de refilón su rostro, en el trayecto también vio el chupetón que le dejó Martha esa misma tarde. Si por manos del diablo Alejandra veía eso, lo mandaba a lavar el coño de su mai. Estaba seguro de que la muy cabrona le hizo esa marca a propósito, y aunque iba a meterse en un lío del diablo, bien que aprovechó el par de polvos que le metió.
Levantó la fotografía de la pequeña, le miró los ojos con atención, tenían el mismo color negro que él, aunque su mirada anunciaba el mismo carácter fuerte que Alejandra. Ella poseía una capacidad insuperable para desternillarle de risa con cada ocurrencia, no entendía como un ser de solo tres años encontraba tantos recursos para darse a entender, de seguro que sería difícil engañarla cuando sea grande.
A veces la veía frente al radio como hipnotizada por unos segundos, entonces luego de un rato batía palmas y trataba de imitar los instrumentos de la canción. Salió de la ensoñación para abrir la puerta .
La mano estaba ya en la cerradura cuando vio una pluma sin color que rodaba en el piso como si intentara revolotear o salir por sus propios medios. La pluma no era gris, blanca o transparente, tan solo al verla uno sabía que no poseía color y ya. La tomó en su mano, mientras cuestionaba para sus adentros la procedencia de la misma.
Abrió la puerta y supo de inmediato de donde había salido. Ahora además de la que tenía entre sus dedos también en el aire bailoteaba un reguero de estas, salidas del ser que fijaba en él sus ojos. Unos ojos similares a nada, con los globos oculares de color grisáceo y las pupilas coloradas de un extraño vacío.
Al verle, no sintió miedo, mas bien hizo conciencia del silencio que había traído consigo la presencia que tocaba a su puerta. No escuchó palabra alguna, sin embargo supo que la presencia deseaba entrar, se apartó para que lo hiciera, pero no le vio pasar frente a sí, más bien sintió como una estela de plumas blancas, negras, transparentes, pardas y sin color pasaban en ondas a su alrededor. Al voltear en dirección del plumaje, escuchó con mayor nitidez el silencio que caía sobre todo el espacio físico.
El ser alado miró la foto de la pequeña, a él le pareció que incluso la fotografía sentía la presencia del visitante. Por un momento albergó cierto temor por la niña, pero un gesto del silencio lo hizo abandonar el mismo.
Cuando el visitante partió con su reguero de plumas, corrió a cerrar la puerta, con la prisa una pluma de la parte baja del visitante quedó atascada por no poder salir antes de que él cerrara la entrada. Volvió a abrir a penas lo suficiente para que un trozo de brisa que vino de ningún lado la recuperara para el visitante.
Nadie encontraba la manera de consolar a Alejandra, que todavía permanecía como en trance luego de saber lo ocurrido. Fue su padre quien asumió la tarea inmediata de avisar a todos los familiares. Yo fui uno de los últimos en saberlo, me lo dijo mi madre.
El teléfono sonó y dije:
-Dime ¿Qué pasa?
- pasó una tragedia … a él le dio un infarto…
-y ¿Qué pasó?, ¿Cómo está?.
-Está muerto. …
Luego de este diálogo, más bien del descubrimiento de la muerte, aún quedaron el silencio y dos plumas vigilantes.
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