viernes, 3 de agosto de 2012
DEL CÍNICO AL MEGA DIVO
La primera vez que dije en el parque Colón que la mayor filosofía de este país la encontraba en Monkey Black, Isidro me miró con cara de querer fusilarme, aunque se limitó a decir que yo era experto fabricando “Montañas Rusas (de Rousseau a Monkey el mega divo). Lo cierto es que cada vez con más frecuencia hago comentarios similares, más por satirizar los pensadores cuadrados de este tiempo, que por pretender encontrar una sabiduría milenaria en las piezas del Mega divo.
La otra noche di un paso más en las consideraciones sobre Monkey, llegué a compararlo con los surrealistas como Bretón, Aragón y otros. Sin embargo, pensándolo con algo más de frialdad (aunque no puedo decir que lucidez), la actitud ante la vida de Black, puede sugerirse parecida a la de Diógenes el Sínico. Entre uno y otro existía el mismo desinterés por lo superfluo, la misión aparente de vivir para sí mismos, ajenos los dos a las opiniones o miradas indiscretas.
Quizá diría alguien que ese desinterés no es tal, sino irresponsabilidad, y que en este caso no tendría nada de diferencia con la de Shelo Shack, Black Point, Chimbala o Nipo. Es probable, pero en todo caso ¿Quién no muestra irresponsabilidad consigo mismo y con los demás?. Además, la marca distintiva entre estos otros intérpretes de los ritmos urbanos y Monkey, se aprecia sin mayor complicación en sus producciones. Contrario a las piezas de otros, el Mega divo actúa con una suerte de inconsciencia, dejando que las cosas simplemente fluyan (justamente el ejercicio automático que tanto practicaron o intentaron los surrealistas). Partiendo de aquí, nada hay de extraño si inicia una canción hablando de verano y playa, para luego finalizarla hablando de los reyes de España, por suponer un ejemplo.
La otra gran diferencia entre exponentes del género como Villano San, Pablo Piddy, Secreto o El Alfa, gira justamente entorno a la “ingenuidad o inocencia” que pareciera tener; condición que le mantiene aún más cerca del parentesco con Diógenes. Esta inocencia, infantil si se quiere, no está exenta de agresividad, una violencia marcada por el entorno en que se ha desarrollado y la misma actitud irreflexiva de un adolescente, o en todo caso de algún antiguo sátiro. Con todo, cada una de sus piezas representa asombro, búsqueda de placer, laxitud y dejadez o apatía ante las situaciones que con regularidad atormentan los medios de comunicación y la opinión pública.
Expresiones como: Oye que bobo, hablan de su tendencia a sorprenderse por detalles mínimos, de una incredulidad superlativa frente a las cosas que hace o ha conseguido hacer. De igual manera: no te hagas, manifiesta una suerte de declaración picaresca que le dice a quien le escucha: te pillé infraganti, no me digas que no eras tu; sí, es contigo que hablo, no te hagas el desentendido.
La obra de Monkey, en medio de repeticiones inesperadas, de incoherencias verbales e incluso de experimentaciones de lenguaje fruto de la improvisación sobre el ritmo, cuenta con ciertas nociones rupestres de ideas, por llamarles de un modo. Pues si bien es cierto que no son reflexiones agudas sobre temas sociales o existenciales, también hay que reconocer que van en la misma orientación de las dudas que con regularidad acosan a jóvenes en edades tempranas, justamente aquellos muchachos que bailan y escuchan su ritmo en las discotecas.
La personalidad de Monkey aparece ante las cámaras como la de un individuo ausente, atento solo a sus propias circunstancias. Ofrece respuestas en las que sus contornos quedan tintados de pedantería o esa arrogancia que suele acusársele a determinados artistas. Mas, tras profundizar la conversación (siempre a los niveles que su estilo permita) aparece un tipo joven, desgarbado, en apariencia con más ideas de las que sus capacidades le permiten expresar.
Sin embargo, una vez ante el micro, la línea temática que aborda le hace centellear chispazos que esclarecen los marasmos que puedan encontrarse tras los gritos y monerías de cada canción. Sus complejos aparecen reflejados en ocurrencias que se identifican con el colectivo que le sigue en una pista de baile. Las interrogantes vienen cargadas de humor, doble sentido y ocurrencias, a grados en los que los temas reales permanecen colocados en un trasfondo o a punta de iceberg. Estas locuras, serían el tipo de fenómenos que presentaría Cortázar en obras como un tal Lucas; mucha simpatía y cotidianidad disimulando tensiones capaces de cortarle el aliento a Casaubon o Belbo con las vueltas del péndulo que recrea en cada bit.
J.B
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