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sábado, 23 de octubre de 2010

Las Historias Que Perdemos.

Las historias que perdemos los periodistas.


"aquí tienen un artículo que he encontrado en la página de la revista A primera Página, suplemento que promueve un periodismo enfocado en la igualdad de género y otros aspectos de las marginalidades sociales".
(J.B)



Por Riamny Méndez



Las periodistas y los periodistas escribimos para informar a los lectores sobre realidades que suelen ser amplias y complejas. Cuando las noticias, los reportajes, las crónicas llegan al público, tienen además de datos y citas, nuestros sellos: la formación, las ideas políticas, la concepción del ser humano y los prejuicios que con frecuencia, a nuestro pesar, cargamos.

Mientras más de prisa escribimos, presionados, presionadas por la urgencia del cierre, más fácil es que junto con los errores de redacción, salgan a flote los prejuicios ocultos que nos acompañan y que suelen estigmatizar a las personas oprimidas o rechazadas. Frases que en una segunda lectura, hubiésemos eliminado, quedan impresas para confirmar que no estamos convencidos de que los haitianos y haitianas, son humanos, pues en un accidente, gracias a ciertos titulares y párrafos, pueden morir "varias personas y un haitiano".

Otras formas de discriminación más sutiles se deslizan en nuestros textos. En las redacciones hay reglas no escritas, ni siquiera pensadas: Cuando escribimos de un sector-que para los sitios de clase media la palabra barrio está tontamente prohibida- las personas son residentes y si contamos la historia de una zona marginada, hablamos de habitantes, pues ellos no tienen derecho a residir en ningún lugar.

Y aunque en términos formales el intercambio de sustantivos y adjetivos no tenga mayor implicación semántica, ni un código escrito de descodificación, todo lector dominicano conoce el sesgo de clase de esas palabras. Para residir y tener derechos a un espacio urbano decente, para exigirlo a las autoridades, hay que ser al menos de clase media alta y vivir en un "residencial", no en un barrio.

Desde estos pequeños detalles los prejuicios empiezan a matar las historias que tenemos que contar. Intuyo que con frecuencia las denuncias de ruidos en barrios pobres se pasan por alto, porque se parte de la premisa de que así son -y deben ser- las cosas en esos lugares, que no hay nada qué hacer, que no vale la pena denunciarlo.

Otros prejuicios que nos impiden entender la realidad a plenitud, no se reflejan sólo al momento de redactar. Inician desde que la periodista o el el periodista visita el lugar e interactúa con las personas de las que va a escribir.

Conozco la anécdota de un periodista que acudió a Villa Duarte, un barrio de Santo Domingo Este, a trabajar en un reportaje sobre la cañada de El Caliche, un sitio muy contaminado, donde residen personas pobres en casas frágiles, muy expuestas a la inundación. Cuando llegó a la zona, el reportero se dio cuenta de que la cañada estaba llena de basura y de que había una fuga en las tuberías de agua potable.

Reaccionó indignado ante la indolencia de una población que tiraba desperdicios en la cañada, que dañaba su propio hábitat. Las razones de por qué ocurría aquello, la responsabilidad de las autoridades en el asunto, el contexto de aquel barrio, habían sido borrados por él. La gente -y toda la gente- era responsable de la situación, si se lo propusieran dejarían el hoyo, pensó y no tuvo la delicadeza de callarse.

De esa forma, empiezan a perderse miradas de una realidad, por desconocimiento pero también por el prejuicio que impide buscar razones, por la tendencia a culpabilizar a la gente de su propia desgracia: si viven en un lugar deforestado, pues ellos tienen la culpa por haber tumbado los árboles; si su barrio está sucio, es que ellos tiran la basura. Lo de la mirada amplia, el tomar en cuenta diferentes puntos de vista, explicaciones de especialistas de diversas tenencias, rueda con frecuencia por los suelos, incluso en los trabajos más sesudos.

Y a mi juicio lo peor que sucede a la hora de hablar de personas marginadas son las generalizaciones. "Ellos (todos) son así". Es como decir que todos los chinos se dedican al comercio: una muestra de ignorancia y de superficialidad. Sin embargo, es lo que hacemos sutilmente cuando decimos que a pesar de la crisis, los residentes de un barrio marginado se dedican a beber cervezas en el colmadón. Pero, ¿cuántos?

En cada pueblo, barrio o país lleno de pobrezas hay miles de micro universos, que no se entienden ni con generalizaciones, ni por una contraposición de buenos y malos, víctimas y victimarios. El chico que se droga es a veces verdugo, víctima y agente de cambio.

Muchos factores externos y estructuras impactan cada realidad. Desde la política internacional hasta la decisión del gobierno de devaluar su moneda, pueden haber influido en el hecho de que una chica no haya ido a la escuela y haya reproducido en su hijo el círculo de la pobreza.

Claro, también hay historias maravillosas, de esas que nos alegran el día. Me encanta escribirlas y leerlas, entrevistar protagonistas que han superado situaciones extraordinarias, pero no podemos perder la perspectiva. Esas historias excepcionales con frecuencia no son la vara para medir toda la realidad. En todo caso nos dan una perspectiva de una parte de la vida, refrescante y alentadora. No pueden servir para enseñar, cuales predicadores del evangelio de la prosperidad, que los otros son pobres porque quieren, porque no trabajan lo suficiente.

Además de culpabilizar a la víctima, suele ocurrir que la "victimicemos" aún más, y eso implica otro gran pecado del periodismo: negarse a escuchar y proyectar la voz las personas que no tienen un poder evidente.

Una de las tragedias más terrible que ha ocurrido en el país fue la riada de Jimaní, en mayo de 2004. Estuve ahí como reportera. Ocurrió lo clásico. Las primeras horas tratábamos de establecer con las autoridades la magnitud de la tragedia, los organismos oficiales la desconocían. Estaban atrapados en medio del asombro, porque la posibilidad de que el río Blanco recuperara su antiguo cauce era tan remota que a nadie se le ocurrió.

Pero, seguíamos aferrados a las autoridades para que nos ayudaran a comprender aquello y nos acercábamos a la gente para que nos contaran la tragedia, el drama humano, los niños que se ahogaron, los padres que no pudieron sostener a sus hijos y los vieron ahogarse, impotentes. Eran las víctimas que esperaban la ayuda y nos contaban su drama.

A pesar de nosotros y nosotras, que íbamos en busca de esas historias -que por supuesto también hay que contar-, a medida que pasaba el tiempo, ellos tenían otras cosas que decir: ideas de cómo repartir la ayuda, quejas de los rescates. En el pueblo había estructuras comunitarias que podían ayudar en las reparticiones.

Recuerdo que un grupo de mujeres haitianas que iba al mercado binacional de Jimaní ese día, empezó la ayuda. Buscaron calderos y cocinaron para los sobrevivientes, la ayuda oficial aún no llegaba. También tenían una voz, esas personas ahogadas eran sus amigos, sus socios, sus clientes y si ellas reaccionaron en un momento en que todo el mundo estaba turbado, a lo mejor podían tener ideas interesantes para ayudar.

La voz de las personas marginadas, como ocurre en ocasiones con las mujeres, se pierde porque ocupan una posición secundaria en la jerarquía formal.

Si vamos a un pueblo donde se realiza un proyecto comunitario interesante, entrevistamos, como es lógico, a los líderes del programa, al presidente de la organización que realizó la obra. Pero, ocurre, con frecuencia, que la obra es empujada por las mujeres, que ellas hacen un gran activismo, trabajan motivan a la gente y logran su objetivo.

En las iglesias católicas entrevistamos al sacerdote-y recordemos que no hay sacerdotisas- aunque el trabajo de las pastorales, el liderazgo en las comunidades lo llevan las mujeres que catequizan, visitan los enfermos y las cárceles y conocen de primera mano historias espectaculares. Sin embargo, se hacen invisibles y ellas mismas te piden: entrevista al sacerdote, al presidente de la Junta.

Creo que la vara para entender las realidades y encontrar historias interesantes consiste en escuchar con atención, palpar, oler cada micro universo de una realidad compleja y luego dejar los prejuicios a un lado y dejarnos sorprender. No olvidar que somos periodistas porque preguntamos, a la gente, al Gobierno, a los expertos, a los jefes de las mafias. Somos los profesionales de las preguntas, eternos ignorantes frente al ministro y frente al carbonero, oídos ansiosos por escuchar y descubrir.





De: www.aprimeraplana.org


J.B

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