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jueves, 23 de diciembre de 2010

GABRIELLE

Babrielle

Cuando escuchamos la señal, nos lanzamos de cabeza a la carrera. Corríamos desaforados, contra el tiempo, contra la corriente, contra la vida y la muerte. Cada quien sabiendo que había que hacer lo que fuere por llegar al final. Total, después de todo, no era final, sino otro maldito inicio, otro maldito empezar sin mapa.

Íbamos con todo lo que pudiéramos recoger de nuestras fuerzas, del camino, de las proteínas que a alguno le pareció que pudiera servir para dar mayor fortaleza y de cuanta mierda alguien nos recomendara.
No teníamos otra misión que formarnos para competir en la carrera. Desde el momento que nos asomábamos a existir, toda la cotidianidad del claustro en el que permanecíamos, tenía por único objeto hacernos fuertes, veloces y hábiles. Todos debían aprender los principios de un competidor, quien los olvidara, de ante mano, tenía su condena al fracaso.

La otra regla, aunque no escrita en ninguno de los reglamentos que hay, implica saber escoger la carrera adecuada para competir. Pero aunque hay quienes aseguran haber creado métodos para conocer cuando conviene participar, lo cierto es que siempre acaba siendo una lotería. A quien le toque, pues le toca, sin vuelta atrás.
Todos los competidores decidimos asignarmos un nombre, uno que no tenga que ver con nuestro sexo o nada que nos marque en modo alguno. El mío fue Gabrielle, porque suena amarillo, tiene textura de fluido, además de una cierta luminosidad que me ha servido en muchas ocasiones para iluminar callejones oscuros.
Una vez hecha nuestra elección de nombres, conocer a otros resultó más fácil, compartir un afecto fue de una sencillez alusinante, por tanto ver la forma en la que algunos quedaban tras los demás, resultaba punzante en la piel de dentro.
De los que competíamos, no logro recordar a muchos, incluso me confundo al intentar identificarlos en mis recuerdos. Sé que había uno que llevaba un nombre Verde, con unas formas redondeadas, de un sonido como el que tienen los diego, pero no lo puedo asegurar. Lo encontré en un descanso, otro de los compañeros acababa de fracturarle para pasar un obstáculo. Intentaba recuperarse, mientras, le ayudé un poco, quizá renovara las fuerzas en el camino, o quizás podría convertirse en un compañero , durante parte de la travesía.
El viento nos daba en la cara con fuerza, en ocasiones nos tiraba hacia atrás. En situaciones así, Diego solía ser buen consorte para evitar un retraso mayor.
Luego de una de esas ventoleras, muchos quedaban tan mal heridos que no podían continuar por más que quisieran, otros necesitábamos hacer una pausa en nuestro recorrido. Nos sentábamos en pequeños grupitos, intercambiábamos impresiones, provisiones e incluso algún que otro chisme que surgiera en medio de tanto amasijo de livélulas. Sabíamos que en esta etapa de la competencia podíamos darnos esos pequeños lujos, ya vendría lo difícil, lo crudo, la “hueva”, como decía diego.
Allí estaba Charlie, Iro, Vero y otros que no logro precisar . Este grupo formaba el equipo de inseparables. De ahí salió la relación tan cercana que tuvimos Iro y yo.
Sé que en principio Diego le quería, también que quizá si yo no aparezco de por medio, entre ellos puede que pasara algo. Sin embargo, aparecí, no me importó mucho en realidad,.
Durante los primeros tiempos de nuestra nueva etapa, vimos como Diego adoptaba una actitud de “gónada herida”, aunque solo fue en los primeros momentos. Tan pronto lo nuestro fuedefinitivo, la relación continuó siendo como siempre, sin rencores.

En medio de la carrera, no puede hablarse de noche o de día, sino de instantes de reposo. De esta situación, nace el mito de la luz, de si es como el rojizo que cubre nuestro cielo, solo que con una transparecia cegadora, o que talvéz puede ser como millares y millares de hilos finísimos que unidos forman una capa con la cual cubrirse cuando otra capa nos venda los ojos al acabar el día.
Los que creen que poseen mucha sabiduría, pasan larguísimos tiempos hilvanando y elucubrando teorías sobre la forma de la luz, el origen de ella, e incluso, algunos juran ante todo el que esté dispuesto a prestarles atención, que le han visto de lejos, mientras competidores antiguos, salían disparados por la “Ventana Final”.
Hoy, después de tanto recorrido, sé que la luz es un amasijo de “nada” impertinente, de polvo de nada que chamusca la piel. Sin embargo, en mi estado ya no importa, solo lamento no poder prevenir a otros ilusos, para que no piensen siquiera en lo más profundo de sus intenciones, en convertirse en competidores de la jodida carrera. Pero ¿de qué me sirve lamentarme?, total. ...

tras levantar el campamento en el que hicimos la última parada de descanso, nos despedimos. Habíamos llegado a la parte del camino, señalizada como el púnto álgido. Aquí nadie tenía otro valor que el que pudiera darse a si mismo. Desde ahora, solo viviría quien estuviera dispuesto a olvidarse de todo y todos, a romper con lo que sea necesario. Nunca antes, ni después, ví tantos caídos juntos, tampoco tanta saña contra un semejante. Solo podría compararse con la rabia de los que cuadraron mi porvenir; pero me adelanto al futuro.

A pesar del momento, todavía Diego, Iro y yo, permanecíamos juntos, nos ayudábamos con los obstáculos e incluso llegamos a deshacernos entre los tres de uno de los que ofrecía mayor competencia. “Hoy creo que de haber sabido lo que me esperaba al final, le defiendo en vez de sacarlo del medio. Pero, las reglas, son las reglas…”


Todavía recuerdo el sabor amargo que recorría todas mis células, las ganas de vaciarme desde dentro y el vértigo de náusea que sentimos luego de dejar el cuerpo exangüe de otro que también hubiese intentado extinguirnos, de haber podido. La sensación, me acompañó durante lo que restaba por reptar en el camino.

A Iro, no le afectó tanto el asesinato, más bien lo tomó como un trago de hiel que se tomaba de un golpe, uno que curaba casi con el mismo efecto de un cáncer. Luego me dijo en la intimidad, que antes de conocernos, ya había tenido que hacerlo estando en soledad, de ahí venía su poca emoción en el acto. Yo tendría tiempo sobrado para descubrir que uno se acostumbra a quitar del medio a los estorbos, pero el recuerdo del primer obstáculo siempre queda estampado en la frente y el pecho.


Aceleramos el paso, ya el conducto por el que corríamos quedaba pequeño para todos. Desplazarse, tornose cada vez más difícil, nos apretujábamos por pasar a quien tuviéramos delante o a la par (el modo de pasarle, era lo menos importante…).
Intento olvidar cada micro segundo de esos malditos instantes del fin. No creí nunca que tuviera tanta fuerza, tampoco que mataría tantas veces y en cantidades de esa magnitud, en tiempo tan pequeño.
El suelo que dejaba al pasar, lo recuerdo como un chorro baboso de fluidos sin vida, de competidores embadurnados por la piel de los adversarios, en ocasiones con partes cercenadas de cuajo.
En este momento, no recuerdo de cual de nosotros fue la idea, pero decidimos avanzar abrazados, Iro, Diego y yo. El desplazamiento, cobró una lentitud pasmosa, sin embargo, para asombro de nosotros, esta medida facilitaba la supervivencia, además de que nos permitía bloquearle el paso al grupo que quedaba tras nuestro.

Entonces vino lo grande, la parte culmen, llegamos a la gran ventana. Tuvimos que saltar sin saber a donde, aunque no hubo tiempo para miedo, para retractarse o para sujetarse a nada. Fuimos catapultados al vacío por una fuerza que nos dolió en la piel. Caímos de cualquier modo, con los cuerpos doloridos y nuestras partes desarticuladas de cualquier forma.
Vimos que muchos lo lograron, algunos que superaron todas las posibilidades predichas por quienes ahora veíamos la cara de satisfacción a pesar del evidente dolor por la caída.
A nadie le pasó siquiera la idea de descansar. Tan pronto llegamos al nuevo destino, fuimos enterados de que aquí a penas teníamos hecha la mitad del camino. Este venía cargado de sorpresas nada alagüeñas, de intensidad en dolor, superior a lo que hasta ahora habíamos visto.
Aquí ya no importaba (nunca importó desde que comenzamos) quien quedaba atrás, así fuese nuestra propia pierna. Entendí el significado de esta realidad cuando Iro y yo tuvimos que dejar espatarrado y sin la más mínima posibilidad de levantarse a Diego. Le miramos un segundo, ninguno de los tres dijo nada… luego continuamos corriendo.
No puedo hablar de todo lo que vi en esta etapa, trato por todos los medios de olvidarlo. Pero el rojo no puede olvidarse con facilidad.
A cada paso que dábamos, veíamos acercarse el momento de finalizar, también las ganas de detenerse a tomar un descanso resultaban de un atractivo inmanejable.
Aquí, Iro se apegó más a mi, quería descansar, yo no tenía la mejor condición tan poco. Y cuando tomé la desición de parar aunque sea por un pequeño instante, Iro señaló frente a nosotros. Nunca supe si lo que quería era que mirara la puerta que se abría como unas fauces bulbosas, o los cinco tipos que nos llevaban ventaja. Preferí no ver la ventana y acelerar el paso.
De algún modo nos las arreglamos para eliminar a dos de los cinco que nos llevaban la delantera. De manera que al pie de la ventana, llegamos cinco sujetos medio muertos, adoloridos y con más ganas de morirnos que de entrar en la jodida fosa que nos invitaba a pasar.


Juro por lo que tenga que jurar, que la desición más difícil de todas cuantas tuve que tomar en el camino de mierda que recorrí, fue la que adopté luego de ver como un desgraciado cercenaba en dos a Iro, justo cuando alcanzaba a entrar una pierna por la ventana. La ví caer, no tuve tiempo de sentir nada, me adelanté sobre el individuo logré ajusticiarlo a traición. Los otros dos vinieron sobre mi cuando quedé instalado frente a la entrada, con todas las intenciones de no dejar pasar a nadie.
Iro reptaba como una bacteria asquerosa, los tipos venían contra nosotros hablando con tono conciliador y con el seño de infectado dispuesto a matar por su cura.
Supongo que mi rostro, no tendría nada benigno dibujado.
Los dos sujetos actuaron luego de una señal convenida entre ambos. Iro también la comprendió, no entiendo de que manera pudo defenderme del ataque que uno de ellos me propinaba en conjunto con su compañero. Mientras de cualquier manera ella tenía sobre si a su atacante, yo perdía trozos de piel con el otro, a quien luego de bastante batallar y de perder bastante energía, ví morir culebreando en el suelo.

Caí de bruces, ajeno a todo, asesando de fatiga, cuando vi que Iro aún luchaba. Salté con energías que saqué de ningún lado, encontré de donde apoyarme y por la espalda le metí el golpe final a un pendejo que no pudo acabar con un enemigo medio muerto.

Sonreí, no tengo idea de por que, ayudé a levantarse a Iro y caminé con ella al hombro hasta la entrada. Aquí tuve que elegir, ella o yo, no había espacio para dos. Intentamos entrar juntos, adoptamos posturas imposibles. Nada pudimos hacer.
Vi el estropicio tras de nosotros, le miré también, dije unas palabras de disculpa. Ignoré el miedo en sus ojos, pasé por alto el temblor de mi cuerpo y agradecí que no se pusiera a ladefensiva y finalicé la carrera tras ver como la ventana no era una salida, sino una celda que cerraba sus paredes hasta penetrar en mi piel, hasta diluirme….

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